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Samuel  R. García Ochoa.
Puertorriqueño residente en Argentina

Querido Amigo:

¿Sabías que el otro día, salí a caminar un rato por el parque para despejar la mente y respirar un poco de aire fresco? ¡Que casualidad! Ese día era el día en que el parque se había convertido en el lugar más lindo del universo.

  Los árboles revoleaban  y lucían sus hojas verdes radiantemente,  llenos con pajaritos que se alimentaban de las frutas que éstos les proveían, además de darles refugio para hacer sus nidos; el agua de los estanques era más cristalina  que nunca, y reflejaba al cielo como si le hubiese robado un trozo y se lo hubiera puesto encima para cubrirse; el césped estaba verde y perfectamente cortado; pero lo que más que me llamó la atención fueron las flores, un mundo de formas, matices, colores y olores como no tienes la más mínima idea.

 Eran tantas las flores que se regalaban solas, cubrían  el parque como si alguien hubiera puesto sábanas perfumadas  y de muchos colores para alegrarme el día. Por cada grupo de flores que pasaba, era un perfume que me daba la sensación de poder disfrutar y degustar  con mi olfato. Flores crecidas, otras germinando,  y otras por retoñar, pero ninguna se veía marchita. Entonces fue que decidí buscar una flor, una flor muy especial, algo distinta de las demás, de una hermosura indescriptible y un fragancia exclusiva solamente para mí. 

Recorrí las gardenias, las rosas, los jazmines, las margaritas, las petunias, los girasoles, los claveles, pero todas eran iguales a las demás de sus grupos.  Entonces pregunto al jardinero con el que me crucé si por casualidad había visto a la flor que yo tanto había buscado, se la describo, y me dijo que sí. Entonces él me señaló hacia dónde debía yo buscar, me señaló a un grupo de flores apartadas a las que él había puesto en guarda cerca de un estanque. Me quedé observando  detenidamente a donde él me había señalado que la iba a encontrar. Casi inmediatamente me volteo para darle las gracias, pero ya se había ido, y no lo vi por ningún lado. Te confieso como quiera dije gracias, aunque haya sido al aire, porque yo no me podía quedar con esa palabra que ya me pesaba  en la boca por haberla tenido encerrada tanto tiempo. 

Después que solté  la palabra al aire me dirigí  en busca de mi flor. Llegué donde estaba la flor, me acerqué lo más que pude a ella, lo más pegadito que pude sin tocarla para no lastimarla. Pues pese a todas las ganas del mundo que tenía por tener esa flor en mis manos, no la toqué porque esa flor era una de las flores que el jardinero más celaba, cuidaba,  y protegía. Acerqué mi nariz lo más que pude para poderla oler, cerré mis  ojos para que mi vista no distrajera mi olfato, y así  poder disfrutar de su exquisita fragancia.  Inhalo una vez  y echo mi cabeza hacia atrás con los ojos cerrados mientras continuaba sintiendo su perfume. 

De pronto siento que llueve el agua más pura del mundo sobre mi; siento como el agua me va limpiando, sanando y llenando de vida. Luego siento como puñados de tierra buena era colocada y presionada suavemente sobres mis pies, éstos se afianzaban y cobran fuerza, una fuerza que nunca había sentido antes, era como si mis pies se alimentaran de la tierra. Exhalo, abro los ojos y para sorpresa mía ya no estaba en donde estaba, sino que estaba puesto en una guarda, al lado del estanque, justo donde estaba la flor que yo había buscado. 

Escuché una voz que me preguntaba si me sentía mejor, y me decía  que me quedara tranquilo que él me estaba cuidando y protegiendo siempre, y que no iba a dejar que nada malo me pasara. Busqué hacia donde venía la voz, y descubro una silueta enorme, del tamaño de un edificio de muchos pisos sentada al lado mío mientras me hablaba, y me mojaba con una nube que exprimía sobre mí Esa silueta, esa silueta era parecida a la del jardinero que vi en el parque,  su ropa era del color de la flor que me gustaba a mí, inclusive el perfume de su ropa es el mismo que el de mi flor. Eso sí, te digo que no me voy a olvidar de esas palabras que me dijo: “Hijo mío, tu viniste hoy al parque en busca de una flor, y hoy por fin la has encontrado. Yo me vestí con ella para que me pudieras reconocer. Esa flor que tanto buscas, esa flor eres tú, y yo estoy aquí para sanarte.” También me dijo: “Yo soy tu padre, el jardinero que cuida tu vida, que te ama y te protege, y me alegra mucho que hayas venido a mí porque quieres decir que no me has olvidado. Yo no me he olvidado de ti, ni de ninguno de mis hijos,  ni tampoco de los que tengo apartados y puestos en guarda para poder sanar.”  Pero me puse a llorar cuando sentí sus últimas palabras: “Por favor habla conmigo más a menudo, pues el que a veces no me oigas no quiere decir que no te estoy escuchando. Me gusta escuchar tu voz, que me cuentes tus cosas, y  que hables conmigo. Sino sabes que decir sólo reza, por favor reza,  porque con eso yo sé lo mucho que me quieres; con eso yo sé que te acuerdas de mí, con eso yo soy feliz. Por favor no te apartes de mí, porque así como tú me necesitas, yo también te necesito y mucho.” Cerré los ojos y le pedí perdón por haberme olvidado de él,  le di gracias por todo lo bueno que es conmigo. Abrí mis ojos después de eso, y me levanté. 

Entonces me encontré con el jardinero del parque vestido distinto, regando, hablando y cuidando a otras flores que estaban en la guarda.  Me acerqué  y le di las gracias, él  me regaló la flor que yo tanto había buscado. Me la llevé a mi casa,  y la sembré en mi hogar. Te cuento que hoy en mi jardín hay una fiesta, porque he encontrado la flor que tanto buscaba, hoy me encontré a mí mismo y aprendí que Dios me ama, y me ama mucho, como voz quizás no tienes idea. De esa misma forma Él te ama, y espera que tú lo ames.  Por favor, te pido que le ores, que le digas algo, que lo llames aunque más no sea para darles los buenos días, o las buenas noches, o darles las gracias por lo que comiste hoy, y sino rézale, rézale un Padre Nuestro o un Acto de Contrición  y vas a ver lo contento que se va poner porque te has acordado de Él, y te vas a sentir de maravilla. Sinceramente espero que puedas ir  un día al parque y busques tu flor, te aseguro que no te vas arrepentir. 

Bueno, sin nada más que decir me despido de ti con un beso y un abrazo bien grande. Que el señor te bendiga y llene De Colores tu vida...  

Atentamente. Samuel  R. García Ochoa.

                 7 de marzo del 2004.

PD:  Esta historia la soñé, pensé o viví  hace dos días cuando viajaba en el colectivo regreso a mi casa. Un segundo es un mundo, el mundo es un tiempo para aprender.

 

 

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